A la comunidad argentina en “la diáspora”.

A todos aquellos que partieron un día, huyendo de las crisis o en pos de un sueño. A quienes añoran algún rincón de nuestro suelo. A quienes dejaron atrás familiares y amigos. Les entrego este puñado de cuentos con la esperanza de que les sirvan como maná para el espíritu, de que se sientan identificados con algunos de los relatos y de que compartan conmigo sus comentarios y sus propias anécdotas para convertirlas en nuevas historias.

domingo, 28 de enero de 2007

Doña Pancha y los niños


DP: Yo sé cómo curar a los chicos más li-eros, soy esperta en asustar a los más bravos. Una vez me trajeron uno – mi acuerdo como si juera hoy – rompía las bolsa de basura, las ventana´ ´e los vecinos a pedradas… Y yo le curé en un día, ch´amiga!
G: Cómo hizo?
DP: Le obligué a pintarme las uñas ´e los pi-eses. Entre loj achaques y la edad, no me puedo agachar mucho a cortárle, así que están grandes como ceniceros, mi hija! Además, hacía mucho que no me lavaba los pi-eses... JA! Se iba mare-ando el gurisito. Cuando le faltaba una pata ya juraba que no iba a romper vidrios nunca más. Y cumplió, ch´amiga!... Ahora ya es un hombre… y sigue mare-ado, pobre!

(En agosto visitamos el Hogar de Niños en Riesgo llamado La Casita, que queda en Turdera. Organizamos carreras de embolsados y entregamos ositos de peluche y una pelota como premios. Para la merienda, alfajores. Carlos, mi papá, es el “representante” del grupo actoral; nos lleva a todas partes, ah y saca las fotos!)

martes, 23 de enero de 2007


Doña Pancha en el club La Victoria de Lomas de Zamora

Nadie me alague che belleza, pues soy bien fi-era, gracias a Dios! Cuando nací, mi mamá dijo: ´Uy, y esto qué es?´ Y mi taitá le contestó: ´No, sé! Le tiramo p´arriba y si güela es murciégalo!´. Yo nací en el ´26. Pero me anotaron en Curuzú nel ´62 … Y me crisitanaron en el ´15, ch´amigo! Tengo cerca di ochenta y voy pa´ los 79, creo…
(Gloria – entrevistadora – , Mónica – guitarra – y Doña Pancha en la lotería de invierno que organiza el grupo Nuestra Señora del Rosario. Mediante esta lotería se recaudan alimentos no perecederos para un hogar de discapacitados de Claypole)

Apuntes del potrero

“¿A dónde vas? ¡No salga´ a jugare ahora! ¡Todavía estás co´ la comida a la bocca! ¡Tenés que hacere la digestione!” Mi bisabuela, sentada en el porche, intentaba en vano retrasar el inicio de mi recorrida...

¡Daaaani!” Había timbre, pero con un grito bastaba. Y si salía la madre: “¿Está Dani?” “¿Juega?” Poco a poco, nos juntábamos en el cordón y, cuando éramos unos cuantos, “Pan...queso”: la consabida “pisada” para elegir los equipos. La cancha podía ocupar la calle a lo largo, con cascotes por arcos, o si no de vereda a vereda – en este caso una entrada de autos y dos árboles medio torcidos servían de porterías.

A esa hora todo era silencio...hasta que empezaba el picado. Después...los vecinos, que ahora peinan canas, pueden dar testimonio. Ellos nos sufrieron en aquellas siestas de griterío: insultos, carcajadas, pullas y goles. Las paredes nos sufrieron, pues la pelota de goma, empapada de agua de zanja y rebozada de tierra, las azotaba una y otra vez. El portón del fidelero nos sufrió: chapón enorme oxidado abajo, rugía con cada pelotazo, como implorando a don Alberto – el dueño del depósito de fideos- que se levantara y nos corriera. Algunas veces lo intentó, infructuosamente. Éramos tan rápidos para hacer macanas como para escondernos.

Con un cabeceo, mi bisabuela solía despertar de su siesta en la silla; refunfuñaba en dialecto y retomaba por un instante la cura del mal de ojo que operaba en algún pañuelito del “paciente” hasta que, entre lagrimeo, eructos y bostezos, volvía a dormitar.

Quizás, en parte, fue por eso que mi tío propuso un día limpiar el potrero de la esquina, para alejarnos un poco de los estoicos vecinos. Pero también fue, como él mismo me lo contó, para recuperar un espacio que dos generaciones antes había servido de canchita donde incluso se jugaron torneos interbarriales. El olvido y las malezas lo habían invadido, pero la idea prendió y un domingo emprendimos la reconquista.

Aunque suene pomposo, y se haya tratado simplemente de arrancar yuyos y sacar piedras, vidrios y basura, para nosotros - chicos de seis a nueve años- tuvo un sentido de aventura, de hacer cosas “de grandes”. Y nos imbuyó de un nuevo sentimiento: la responsabilidad y el orgullo de cuidar algo que, sentíamos, ahora nos pertenecía. Mi tío también sonrió satisfecho al ver el campito otra vez listo para jugar, quizás porque, en nosotros, había burlado al olvido y vencido al tiempo.

Y el potrero pasó a ser nuestro, y nosotros pasamos a ser suyos. Desde la siesta hasta que se iba el sol. “Me voy al potrero”, me bastaba decir. Y aunque se quejaran por la hora y por los deberes sin hacer y por..., ya sabían que allá estábamos, que nada nos iba a pasar, y que tarde o temprano volveríamos. No viene a cuento abundar en relatos de lo que pasaba en esas cuatro a seis horas de picados. Sí, aclarar que éramos inmensamente felices. Sin darnos cuenta, estábamos pasando los mejores años de nuestras vidas.

Inevitablemente, al promediar la tarde empezaban a asomarse a la esquina madres y abuelas. “¡Miguel, a hacer los deberes!” “¡Nando, a tomar la leche!” Y, casi siempre, por no someternos al cruel: ”¡Andá, Mariquita, igual nos arreglamos sin vos!”, nos quedábamos. Y las llamadas se repetían – cada vez con más urgencia- y también los: “¡Ya voy!”, con que retrasábamos la partida. Es que ellas no entendían que dejar al equipo con uno menos equivalía a traición y a casi segura derrota. En esos picados nos jugábamos la honra personal y la gloria del equipo.

Una tarde alguien tuvo la brillante idea: “¡¿Che, por qué no compramos las camisetas?!” Enseguida organizamos una rifa – de una canasta familiar surtida con productos que ponían nuestros padres- que vendimos, desfachatados, a los mismos vecinos que nos soportaban siesta a siesta.

Sin embargo, al recordar alguna sonrisa condescendiente y el: “Está bien, dame el 32”, se me ocurre ahora que nunca sintieron más que fastidio pasajero por no poder descansar un rato, pero que en el fondo siempre supieron que aquel asfalto o aquel potrero eran pedacitos del paraíso.

Con las camisetas de los Mil Rayitas, adquirimos una noción de trascendencia y buscamos el choque con otros equipos de la zona. Hasta compramos un librito: Instrucciones para jugar al fútbol, ya que hasta entonces habíamos sido salvajes sin reglamento.

Con tristeza, descubrimos que el potrero les quedaba chico a dos equipos de once y ya sólo se usó para los entrenamientos. Para los partidos, no había que ir muy lejos: al Vivero, al parque municipal. Sin embargo, la flamante indumentaria se usó en pocos encuentros. Es que había llegado en vísperas de un cambio.

Un día consiguieron un Telemach, y más tarde un Atari, y nos avisaron que en el club había flippers. Había pasado el tiempo, y algunas formas de entretenimiento más sofisticadas ganaban espacio. Empezamos a repartir el tiempo libre entre lo rutinario – aunque aún divertido- y lo novedoso, que nos encandilaba. Empezamos a cambiar las experiencias vivenciales por otras virtuales. Sin darnos cuenta, fuimos reemplazando las emociones del potrero por las de la pantalla. Creo que en aquel entonces se produjo un quiebre en el espíritu juvenil colectivo. Y con los años se profundizó esa grieta que, me parece, nos separa de cierta forma de libertad.

Hoy en día, los chicos viven una realidad completamente diferente – al menos en las ciudades, y sin olvidar que miles ni siquiera están bien alimentados-: casi sin potreros, con canchas de césped sintético alquiladas, con modernísimas computadoras y juegos electrónicos, promocionados por todos los medios. Los que tienen acceso a ellos, los disfrutan; los que no, anhelan alcanzarlos. Allí parece residir una gran cuota de felicidad infantil.

A modo de reflexión final, me vienen a la mente las preclaras palabras de Alejandro Dolina en su magnífica monografía Apuntes del fútbol en Flores: “En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios. Allí reconocemos la fuerza, la velocidad y la destreza del deportista. Pero también el engaño astuto del que amaga una conducta para decidirse por otra. Las sutiles intrigas que preceden al contragolpe. La nobleza y el coraje del que cincha sin renuncios. La lealtad del que socorre a un compañero en dificultades. La traición del que lo abandona. La avaricia de los que no sueltan la pelota. Y en cada jugada, la hidalguía, la soberbia, la inteligencia, la cobardía, la estupidez, la injusticia, la suerte, la burla, la risa o el llanto.”

Estoy convencido de que todos estos elementos estaban presentes en los picados, en grado mínimo, ya que éramos pichones. El potrero era el ámbito donde ocurría la interrelación libre y natural de todas las cualidades que menciona Dolina, y paulatinamente se iba forjando nuestra personalidad. El potrero no era la casa ni la escuela, pero allí vivimos experiencias únicas. Después vino el cambio, el quiebre, y hoy nos enfrentamos a la nueva realidad, y yo personalmente, a un interrogante cuya respuesta sospecho y temo: con la desaparición de los potreros, ¿perdimos tan sólo un espacio físico de recreación, o también un ámbito para el crecimiento del espíritu?


domingo, 21 de enero de 2007

Publicaciones

Decía el padre Martín Descalzo que “una buena sonrisa es más un arte que una herencia. Es algo que hay que construir, pacientemente, laboriosamente.

¿Con qué? Con equilibrio interior, con paz en el alma, con un amor sin fronteras. La gente que ama mucho sonríe fácilmente. Porque la sonrisa es, ante todo, una gran fidelidad interior a sí mismos. Un amargado jamás sabrá sonreír. Menos un orgulloso.”

Y sin duda que la primera sonrisa compasiva debiera brotar al mirarnos a nosotros mismos, nuestros defectos, nuestras debilidades, para limpiar esas lacras del espíritu de las que habla Martín Descalzo.


Mi familia y otros bárbaros y Mis vecinos y otros bárbaros quieren realizar un humilde aporte en este sentido. Los relatos están poblados de personajes a la mayoría de los cuales se les puede adjudicar cierto grado de “barbarie”, pero el título también hace referencia a otras acepciones del término “bárbaro”, a la exaltación de bondades de algunos de los protagonistas y a lo increíble de algunas situaciones.

Además, hay lugar para la nostalgia. No el aferrarse obsesivamente al pasado; sí el rescatar dulces recuerdos de tiempos vividos.

Con el mismo fin nació doña Pancha, una correntina curuzucuateña que recorre ciertos lugares del conurbano bonaerense con su mochila de experiencias a cuestas. Ella elige visitar a personas con hambre espiritual y afectiva, que suelen ser entusiastas receptores de sus disparatados relatos y pícaras canciones. Trata temas cotidianos: familia, educación, naturaleza, supersticiones, religión, discapacidad, por nombrar algunos. Y no es difícil sentir la profundidad subyacente en su límpida simpleza.

Tanto los libros como el personaje intentan ayudar a aquellos que desean construir, paciente y laboriosamente, alcanzar un poquito de paz en el alma o, aunque más no sea, esbozar una sonrisa.



Agradecimientos

Tres pilares

  • A Ñande Yara, que nos regala la esperanza, la sonrisa y la fuerza al enfrentar cada día.
  • Al mejor equipo que jamás haya visto: mi familia.
  • A mis amigos, caricias en el alma que nos hace la vida.


Three mainstays - Thanks

  • To God, who treats us with hope, smiles, and the strength to face every new day.
  • To the best team I have ever seen: my family.
  • To my friends, caresses life makes to our soul.

Presentación

Fecha de nacimiento: 11 de diciembre de 1969.

Distrofia muscular de Becker.

Graduado en traducción científico-literaria en la Universidad del Salvador, 1998.

Con Doña Pancha, un personaje creado junto con mi amiga Gloria Echeverría, recorremos desde hace cinco años iglesias, hogares y clubes “alejando tristezas, acompañando soledades, robando sonrisas y arrimando esperanza”. Las presentaciones son sin fines de lucro.

Dos años atrás descubrí una nueva faceta en mi vida, la de escritor, y llevo publicados dos libros de cuentos, “Mi familia y otros bárbaros” y “Mis vecinos y otros bárbaros”. En ellos predominan el humor, la sana nostalgia y sobre todo un claro mensaje de defensa de valores fundamentales como la fe, la familia y los amigos.


Date of Birth: 11th December, 1969.

Becker Muscular Dystrophy.

Degree in Literary and Scientific translation at Universidad del Salvador, 1998.

With Doña Pancha, a character created in collaboration with my friend Gloria Echeverría, we have been “touring” chapels, asylums, and community centres “teasing sadness away, tackling loneliness, stealing smiles, and arousing hope.” None of our shows are with a profit motive.

Two years ago I developed yet another interest, writing, and I have already published two books of short stories, “My Family and Other Barbarians” and “My Neighbours and Other Barbarians”. A sense of humor, harmless nostalgia and, above all, a clear message supporting essential values such as faith, family and friends pervade my stories.